ISLANDIA 13: fiordos del oeste II y Snæfellsnes

1 de agosto de 2011 Nuestro último día entero en Islandia nos iba a deparar una larga ruta dividida en tres partes. Primero, exploraríamos la parte que nos faltaba de los fiordos del oeste. Después cogeríamos el ferry para vehículos Baldur hasta la península de Snæfellsnes, que visitaríamos el resto del día. El ferry Baldur fue el elemento más importante de la ruta. En un principio habíamos pensado hacer toda la ruta en carretera por los fiordos del oeste, haciendo la 61 hasta el final. Pero un par de días antes nos lo pensamos mejor, no queríamos estar todo el día metidos en el coche.
1 de agosto de 2011
Nuestro último día entero en Islandia nos iba a deparar una larga ruta dividida en tres partes. Primero, exploraríamos la parte que nos faltaba de los fiordos del oeste. Después cogeríamos el ferry para vehículos Baldur hasta la península de Snæfellsnes, que visitaríamos el resto del día.

El ferry Baldur fue el elemento más importante de la ruta. En un principio habíamos pensado hacer toda la ruta en carretera por los fiordos del oeste, haciendo la 61 hasta el final. Pero un par de días antes nos lo pensamos mejor, no queríamos estar todo el día metidos en el coche. Entonces pensamos que estaría bien coger el ferry Baldur, ya que tenía la gran ventaja de ahorrarnos una gran cantidad de kilómetros y de dejarnos en la península de Snæfellsnes, que no habíamos visto todavía. El único inconveniente eran los horarios, solo habían dos ferrys al día hacia Snæfellsnes, uno a las 12.15 y otro a las 19 h (demasiado tarde para nosotros).
Desde el Hótel Núpur hasta el ferry había casi 100 km, la gran mayoría por carretera de gravilla que desconocíamos si estaba bien. Así que decidimos desayunar pronto (a las 7) para no perder el ferry, ya que además queríamos visitar la catarata de Dynjandi. Los del Hótel Núpur tuvieron la amabilidad de prepararnos el día anterior el desayuno y dejárnoslo en la nevera de la cocina comunitaria, ya que en el hotel se servía a partir de las 8, demasiado tarde para nosotros.
Así que salimos pronto para ir con tiempo y no perder el ferry. Después de pasar Þingeyri, la carretera es de una gravilla irregular, no se podía correr mucho. En poco tiempo llegamos al Borgarfjörður, un amplio fiordo donde se encontraba la Dynjandifoss, la catarata más famosa de los fiordos del oeste. Dejamos el coche en un parking rodeado por una zona de acampada con algunas tiendas, sin duda la gente debía estar durmiendo todavía (eran sobre las 8 y media). Para ver mejor la cascada había que caminar una media hora (corresponde a la excursión nº 39 de la Guía Rother, nº40 si es la 2ª edición de 2013).
Borgarfjörður, con la Dynjandifoss al fondo
Empezamos la subida hacia la cascada por el camino que había a su izquierda. Por ese camino parecía que las vistas eran mejores, pero el sendero no estaba apenas marcado. Así que después de perderlo un par de veces, deshicimos el camino e iniciamos la ascensión por el lado derecho. Por aquel lado la senda era mucho mas clara, a veces con escalones para superar los puntos más inclinados. Según íbamos subiendo, encontramos algunas pequeñas cascadas y saltos de agua.
Dynjandifoss
En 20 minutos habíamos llegado a la cima del camino, y nos encontramos la gran cascada de Dynjandifoss. El agua se precipita desde unos 100 m desde un risco, y cae deslizándose por las rocas formando un gran velo de agua. Era una catarata única, diferente al resto que habíamos visto. Además, allí arriba había una gran vista del Borgarfjörður.
Dynjandifoss
panorámica del Borgarfjörður desde la Dynjandifoss
Seguimos casi sin parar hasta Brjánslækur, donde había las taquillas del ferry Baldur. Al final nos sobró mucho tiempo. Primero fuimos a las taquillas, donde nos atendió una mujer mayor que apenas sabía inglés. Nos enteramos que había habido un pequeño problema con nuestra reserva del ferry. Cuando la hicimos un par de días atrás, nos enviaron un mail de información después de poner los datos de la tarjeta de crédito. Pensábamos que ya estaba pagado, pero se ve que tenías que esperar un segundo mail para autorizar a que te cobraran el importe del billete. En resumen, nosotros teníamos la reserva pero no estaba pagada, así que lo único que tuvimos que hacer fue pagar las 6200 ISK (dos personas y un coche). Y menos mal que la teníamos, por que unos minutos después apareció por allí un francés que quiso comprar un billete para el coche y le dijeron que no había plazas para el ferry de las 12.15 ni para el de las 7. Así que para poder llevar el coche, es imprescindible reservar por adelantado!! Suerte que lo hicimos!
Pese a que hacía un día muy ventoso, decidimos salir a dar una vuelta para matar el tiempo. Brjánslækur no era más que un grupo de granjas, con un muelle y la taquilla. Cerca de allí salía la excursión hacia el yacimiento de fósiles de Surtarbrandsgil (nº 40 de la Guía Rother). Pensamos de hacer un tramo, pero al acercarnos había un cartel que prohibía el paso, excepto a científicos y vecinos.
A las 11.30 nos pusimos a la cola de los coches y se inició el embarco de los vehículos. Durante tres cuartos de hora, los operarios hacían embarcar los coches en orden dependiendo de su tamaño, para que no sobrara ni un centímetro en la bodega de carga del barco. Al final quedaron tan pegados que las puertas de la mayoría de los coches no se podían ni abrir.
El ferry salió puntualmente a las 12.15 h. Estuvimos un rato en la cubierta viendo como dejábamos atrás los fiordos del oeste, pero el frío nos hizo entrar dentro. Allí había una gran cantidad de mesas y de sillas, donde parecía ideal comer. Pero nos encontramos un montón de carteles que prohibían comer comida que no fuera del restaurante. La alternativa era comer fuera en la cubierta. Pero como hacía tanto frío escogimos una mesa un poco apartada y comimos allí de extranjis.
Saliendo de Brjánslækur con el ferry Baldur
Después de comer fuimos a dar una vuelta por el barco. Debajo del restaurante había una sala de cine y una zona de sillones a oscuras adecuada para dormir. Aprovechamos para hacer un poco la siesta.
El ferry surcó el Breiðafjörður hacia el sur, más que un fiordo era una amplia bahía de 60 km de ancho que separa los fiordos del oeste de la península de Snæfellsnes. El oleaje era fuerte y el barco se movía mucho. Al cabo de una hora el ferry fue aminorando de velocidad para hacer una parada en la isla de Flatey, la única habitada de todas las que salpican Breiðafjörður. Desde el barco se veían sus bonitas casas multicolores, tenía pinta de ser un tranquilo y bucólico pueblo. El muelle estaba repleto de personas que iban a subir al barco. Normalmente la gente suele coger el ferry de la mañana para ir a Flatey y pasar todo el día allí, para regresar en el de la tarde.
isla de Flatey
Una vez subió todo el mundo, reemprendimos la navegación. Se notó mucho las cientos de personas que habían subido a bordo. Un par de horas después llegamos a nuestro destino, el puerto de Stykkishólmur, con las montañas de Snæfellsnes al fondo. Decidimos dar un paseo por el pueblo, muy conocido por sus almacenes de madera del siglo XIX. Nos detuvimos en la casa más antigua, la Norska Húsið, que alberga un museo municipal.
ferry Baldur en el puerto de Stykkishólmur
puerto de Stykkishólmur
Norska Húsið, Stykkishólmur
Montamos en el coche y nos dispusimos a explorar la península de Snæfellsnes. Nuestra primera parada fue en el Berserkjahraun, un campo de lava enorme con unos paisajes espectaculares. En el horizonte aparecían volcanes de los más variados colores y formas, formando un paisaje lunar increíble.
Berserkjahraun
Después de dejar atrás el campo de lava llegamos a un basto conjunto de paisajes y magníficas montañas tras un fiordo, el Kolgrafafjörður. Poco después llegamos a Grundarfjörður, un pueblo con un emplazamiento muy bello entre montañas nevadas. Allí vimos un puesto de perritos calientes y no nos pudimos resistir la tentación a hacer un almuerzo.
Muy cerca de Grundarfjörður se alza Kirkjufell, una de las montañas más peculiares de la península y más conocidas. Tiene una curiosa forma piramidal y está casi totalmente metida en el mar. Había algunas rutas de senderismo para ir a Kirkjufell, pero no teníamos demasiado tiempo.
Kirkjufell
Con un poco más de tiempo podríamos haber explorado toda la península por la carretera 574, que llega hasta su punta. Pero como no era el caso, seguimos por la 54, por la que empezamos nuestro recorrido por la costa sur. Antes de llegar a la costa había un mirador con unas vistas increíbles de la bahía de Búðavik. Se apreciaba una gran llanura limitada por altas montañas volcánicas, y de una de ellas salía un campo de lava a lo lejos.
Al llegar a la costa nos desviamos un poco al oeste para acercarnos a ver el cráter de Búðaklettur. De la carretera había un desvío hacia una especie de antena, donde había unas fantásticas vistas. Vimos el cráter que parecía quemado del Búðaklettur, rodeado por un campo de lava muy definido, el Búðahraun. Hacia al este se extendía la cadena montañosa de Snæfellsnes y hacia el oeste vimos el gran glacial de Snæfellsjökull que emergía entre las nubes. Todo un acierto encontrar aquel mirador!!
panorámica de Snæfellsnes con el cráter Búðaklettur a la derecha
A continuación fuimos en dirección este y paralelos a la costa, teniendo al lado las fantásticas montañas, cada una con un color o un matiz diferente. Paramos al lado de la carretera para ver el campo de lava de Bláfeldarhaun, que se precipitaba llanura abajo desde un alto cráter.
montañas de Snæfellsnes
Bláfeldarhaun
Después nos desviamos hacia la granja de Ytri-Tunga, donde hay un buen sitio para observar focas. Justo antes de llegar a la granja, había un segundo desvío que nos llevó a un parking a pocos metros de la playa. En una zona rocosa pudimos ver un par de focas a muy poca distancia, y con el glacial Snæfellsjökull a lo lejos como telón de fondo.
foca en Ytri-Tunga, con el Snæfellsjökull al fondo
foca en Ytri-Tunga
Un poco más adelante por la 54 nos desviamos para ver la última atracción natural que veríamos de Snæfellsnes, las columnas de basalto de Gerðuberg. Se podían apreciar un poco desde la carretera, pero las vimos mejor cuando nos acercamos. Era una especie de meseta en cuyo borde había hileras de columnas de basalto perfectamente alineadas. Desde allí también había una bonita vista hacia el sur, donde destacaba el volcán de Eldborg y el campo de lava de Eldborgarhraun.
Gerðuberg
Gerðuberg
La carretera 54 nos alejó de Snæfellsnes y nos llevó a Borgarnes, una fea ciudad del oeste sin mucho interés. Desde allí estábamos cerca de nuestro último alojamiento en Islandia, Fossatún. Era un gran complejo con bungalows, zonas de acampada y casas con habitaciones. Nuestra habitación estaba en una gran cabaña, que tenía 4 habitaciones, un gran salón-comedor y una cocina completísima. Solo estaba ocupada una de las habitaciones con un par de chicas alemanas. Estaba muy bien, y se veía todo muy nuevo. En la cocina nos hicimos otra cena casera, sería la última en tierras islandesas.
salón-comedor en Fossatún

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