6 de enero de 2017
Aquel día pasaríamos la mañana visitando los templos de Mihintale, uno de los lugares de mayor importancia religiosa para Sri Lanka. Después, a primera hora de la tarde, cogimos un tren que nos llevaría a la capital del país, Colombo. Llegamos a últimas horas de la tarde, solo con tiempo de acomodarnos en nuestro alojamiento y darnos un homenaje en nuestra última cena en Sri Lanka.
Aquel día intentamos madrugar un poco para aprovecharlo mejor. A las 13:50 teníamos que coger un tren desde la estación de Anuradhapura rumbo a Colombo. Pero antes queríamos pasar la mañana visitando los templos de Mihintale, situados en una pequeña colina que está a pocos kilómetros de Anuradhapura. Dice la leyenda que en el siglo III a.C. el rey cingalés Devanampiya estaba por allí de caza cuando se encontró con el monje budista Mahinda, que había venido del sur de la India. Su gran serenidad y sabiduría sorprendió al rey, y le pidió al monje que le transmitiera su doctrina. Aquel momento marcó la entrada del budismo en la isla, y en el lugar exacto del encuentro entre el rey y el monje se erigieron templos y un gran monasterio. Todos los años, miles de fieles budistas suben en peregrinación a los templos de este pico durante unos días en junio para celebrar este encuentro.
Dejamos las mochilas en la recepción de nuestro hotel de Anuradhapura. Nos preguntaron dónde íbamos y les explicamos nuestra intención de ir a Mihintale. Aunque se puede ir en bus, queríamos ir en tuk-tuk ya que sería mas rápido. Así que los de la recepción se ofrecieron a llamar un tuktukero, cosa que nos pareció bien. Al llegar estuvimos regateando con él, pero no conseguimos una gran rebaja en el precio, 1800 rupias (unos 11 €), pero al menos le convencimos para que a la vuelta se pasara por el hotel para recoger las mochilas y llevarnos a la estación de tren. Como “bonus track”, el tuktukero nos hizo una breve parada turística antes de llegar a los templos. No sabíamos dónde nos llevaba, pero nos garantizó que no sería mucho tiempo. Después de caminar un corto trecho por la selva, llegamos a un lugar que estaba completamente engullido por una serie de ficus estranguladores. Estos árboles habían crecido encima de otro que debía ser muy grande, y al morir éste dejó un enorme hueco, bajo el que se habían construido unos bancos de cemento para contemplar mejor aquella curiosidad. Los ficus dibujaban un círculo perfecto, y en el centro había otro mas pequeño. Ciertamente, era algo de lo mas curioso.
Curiosos ficus estranguladores |
Formación de ficus desde fuera... |
...y desde dentro |
Después ya nos llevó a los templos de Mihintale, y nos dejó en el parking que hay en la parte superior de los templos (había otro mas abajo). En la base de la colina donde están los templos había las ruinas del antiguo monasterio que fundó el rey Devanampiya. Pudimos ver las ruinas de los Refectorios, de las que solo se conservaban las bases de algunos muros y columnas. A su lado estaba la Casa de las Reliquias, también en estado ruinoso, pero donde se conservaban unas losas con inscripciones con las normas de conducta dentro de la Casa. Había también las ruinas de una fabulosa estupa, la Kantaka Chetiya pero nos venía mejor visitarla al bajar de los templos.
Casa de las Reliquias (izq.) y Refectorio (dcha.) de Mihintale |
Para acceder a la zona de los templos teníamos que subir por una larga escalera de piedra. Al llegar a arriba un monje nos pidió que nos descalzáramos y que pagáramos la entrada (1000 rupias). Estábamos ante una pequeña explanada rodeada por una serie de pequeños picos. En ella enseguida atrajo nuestra atención la Ambasthale Dagoba, una estupa construida en el lugar en el que se piensa que estaba el monje Mahinda durante el encuentro con el rey. Justamente, enfrente de ella habían construido una escultura del rey Devanampiya en pose de rezo, para escenificar mejor la situación. Uno de los picos estaba ocupado por un Buda blanco de grandes proporciones. En otro había otra estupa blanca, mayor que la de abajo, la Mahaseya Dagoba, construida en su día para albergar las reliquias del Mahinda. El tercero de los picos era mas bien un acantilado rocoso, y se podía subir a su cima por un sistema de escalones tallados en la roca y de barandillas metálicas (que no eran del todo seguras). Desde arriba se contemplaba una gran vista de Mihintale y de los terrenos cercanos. Después leímos que este pico era Aradhana Gala; una versión mas poética de la leyenda que hemos comentado antes dice que Mahinda llegó volando desde la India y se posó precisamente en este peñasco.
Subiendo a Mihintale |
Ambasthale Dagoba, con la estatua del rey Devanampiya |
Buda blanco (dcha.) y Mahaseya Dagoba (izq.) |
Vista de Mihintale desde Aradhana Gala |
Desde los templos salía un camino de bajada que llevaba a la cueva de Mahinda, donde vivió el monje. Pero estábamos cansados y acalorados y lo dejamos estar. En vez de esto, bajamos de los templos y fuimos a ver la estupa de Kantaka Chetiya, una de las mas antiguas del complejo. Su estructura estaba casi derruida, pero afortunadamente se había conservado su base, sin duda lo mas interesante de la estupa. Y es que estaba decorada con infinidad de relieves y pequeñas esculturas de elefantes y animales mitológicos. Fue una buena guinda para la visita a Mihintale, que nos gustó mucho y en donde dedicamos dos horas.
Kantaka Chetiya |
Volvimos al tuktuk y el conductor nos llevó a otro nuevo sitio cercano que nos iba de camino. Esta vez sí que sabíamos dónde íbamos, Kaludiya Pokuna, un estanque artificial en cuyas orillas había las ruinas de un balneario y un pequeño monasterio. Las ruinas no eran gran cosa, pero el estanque tenía su encanto.
Balneario de Kaludiya Pokuna |
Tampoco nos estuvimos mucho tiempo, enseguida volvimos al tuktuk y llegamos a Anuradhapura. Tal y como habíamos acordado, pasamos por el hotel a por las mochilas y nos fuimos hasta la estación central de trenes de Anuradhapura. Habíamos llegado con mucho tiempo, y pensamos en comer algo, pero allí no había nada, era un poco extraño que una estación tan importante careciera de algún servicio de comida. Neus decidió salir de ella caminando para ver si había algún puesto callejero en las calles cercanas. Por suerte encontró uno donde compró diferentes cosas de comida (350 rupias). Después vimos que si hubiéramos pasado a la zona de los andenes de la estación hubiéramos encontrado un par de puestos de comida e incluso un bar.
El tren llegó con mas de media hora de retraso, cosa bastante normal: todos los trayectos de tren que habíamos hecho en Sri Lanka habían ido con retraso. Nuestros asientos de segunda clase eran cómodos, pero conforme fueron pasando las horas allí dentro cada vez nos lo parecieron menos. El paisaje no era nada espectacular pero tenía su encanto, fuimos atravesando llanuras agrícolas salpicadas de pequeñas ciudades. El tren hizo infinidad de paradas, lo que hizo el viaje eterno. Finalmente tardamos unas cinco horas y media en llegar a Colombo Fort. Curiosamente nuestra aventura ceilandesa había empezado allí, cuando dos semanas atrás cogimos el tren de Colombo a Galle, ¡qué recuerdos!
A la izq., paisaje agrícola durante el viaje. A la dcha., curioso horario de tren en Anuradhapura |
Al salir de la estación nos asaltaron unos cuantos tuktukeros, y por los primeros precios que nos dieron ya empezamos a ver que estábamos en la ciudad mas cara del país. Al final pactamos un precio de 550 rupias (unos 3 €) para llegar a nuestro alojamiento en el barrio de Kollupitiya, algo que nos pareció desproporcionado. Nuestra última noche la íbamos a pasar en el Colombo City Hostel, y cuando nos mostraron nuestra habitación enseguida nos arrepentimos de haberla reservado. Era un dormitorio con una cama y una litera que nos habían dado como habitación privada. La falta de mobiliario alguno no fue problema para nosotros, pero si la suciedad que había por doquier: centímetros de polvo acumulado, telarañas, ventanas sucias… Y el lavabo no era mucho mejor, parecía que desde que se hizo nadie había pasado un buen estropajo por allí. El desayuno estaba incluido, lo que no sabíamos es que era “do it yourself”, con algunos huevos para hacerte una tortilla y pan de molde para tostadas. Lo único que le encontramos bueno fue la ubicación, a una distancia aceptable del centro. Porque ni siquiera era barato, fueron 40 USD la noche, el alojamiento mas caro de todo el viaje y también uno de los mas cutres. Pero hay que decir que Colombo es una ciudad cara, y cuesta encontrar alojamiento mas o menos céntrico por poco dinero.
Nuestra habitación en Colombo |
Para compensar el cuchitril donde nos habíamos metido y celebrar nuestra última noche en Sri Lanka nos fuimos a cenar a uno de los mejores restaurantes de la ciudad, el Raja Bojun. Alojado en una de las plantas de un centro comercial, es un gran local adornado con gran gusto con motivos ceilandeses. Ofrece un buffet con los mejores platos tradicionales ceilandeses: arroces, currys, diversas carnes, marisco, pescado, tartas… Intentamos probar un poco de cada plato, pero era casi imposible por la gran variedad de comida que había. Fue una forma de hacer un resumen gastronómico de nuestro paso por el país. El precio de la cena fue acorde a la gran calidad de la comida, 5335 rupias (unos 33 €), casi tanto como lo que nos había valido la habitación en el hostel. Después de cenar enseguida nos fuimos a dormir. Al día siguiente nos esperaba una jornada bien larga: nuestro último día en Sri Lanka explorando Colombo, y el viaje a un nuevo destino, un paraíso llamado Maldivas.
Alguno de los platos que nos hicimos en el buffet |
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