21 de diciembre de 2016
Aquella jornada abandonamos Negombo y nos dirigimos en taxi a la estación de tren de Colombo Fort. Allí cogeríamos el tren hacia Galle, una bonita ciudad colonial holandesa muy bien conservada. Allí pasaríamos el resto del día descubriendo todos sus encantadores rincones.
El jet-lag se había portado bien con nosotros y la noche anterior habíamos podido dormir bastante. El desayuno en la Marshal Guesthouse de Negombo fue un poco básico (tostadas, tortilla francesa y un par de salchichas) pero suficiente para llenar nuestros estómagos. A las 8:30 h teníamos contratado un coche con conductor para llevarnos a Colombo. Como explicamos el día anterior, lo habíamos cogido a través del mismo propietario de la guesthouse, que nos timó bastante sableándonos 6000 rupias por el viaje. Nos habíamos decidido por el taxi porque queríamos coger el tren a Galle de las 10:30 (uno de los pocos exprés del día) y no queríamos perderlo. Habíamos leído que existían buses directos de Negombo a Colombo, pero no todos pasaban por la autopista (los que iban por nacional podían tardar mas de dos horas), y además te dejaban en una estación de buses lejana. De forma que no nos complicamos la vida y optamos por el taxi. Nuestro transporte resultó ser una furgoneta destartalada, y el conductor un ceilandés con cara de bonachón bastante prudente al volante (comparado con los estándares del país).
Yendo por autopista tardamos aproximadamente una hora en llegar a la estación de tren de Colombo Fort. La mayoría de trenes del país salen o llegan allí, aunque a nosotros no nos pareció una estación tan grande. Dimos fácilmente con los mostradores donde vendían los billetes y compramos dos para segunda clase (180 rupias por cabeza, poco mas de 1 €). Tuvimos que esperar casi una hora a nuestro tren, pero se nos hizo entretenido observando la gente que transitaba por aquella estación. Era un reflejo de la sociedad ceilandesa, donde había hombres de negocios vestidos de forma occidental, mujeres musulmanas con burka, chicas tamiles exhibiendo coloridos sarees, abuelillos con la tradicional falta ceilandesa… Entre ellos iban pasando vendedores ambulantes que vendían comida y bebida para todos los gustos. En aquel andén también había bastantes turistas, ya que aquel tren es una forma muy barata y rápida para acceder a Galle, uno de los destinos mas populares del sur de Sri Lanka.
Andén de la estación de tren de Colombo Fort |
Poco a poco el andén se fue llenando de gente, suerte que un buen hombre nos indicó hacia que lugar teníamos que esperar para quedar enfrente de los vagones de segunda clase. La línea férrea del sur, a diferencia de otras del país, no permite la reserva de billetes, así que se notaba en el ambiente que aquello iba a ser un “tonto el último”. El tren llegó con un poco de retraso e iba bastante lleno. Pensábamos que tenía origen en aquella estación y que todos los viajeros que abarrotaban los vagones se bajarían. Pronto comprobamos que solo se bajaron una pequeña parte, tras lo cual empezó una guerra sin cuartel para subir, llena de empujones y codazos. Nuestras voluminosas mochilas no nos ayudaban mucho y había tanta gente que parecía que nos íbamos a quedar en tierra. Poco a poco, se fue comprimiendo el pasaje dentro de los vagones y pudimos entrar en uno de ellos, aunque no demasiado. Todo estaba tan lleno de gente que tuvimos que contentarnos en ir de pie en el descansillo que separaba dos vagones. Lo peor de todo era que estábamos justo enfrente de los lavabos, y cada vez que alguien abría sus puertas nos asaltaba un olor nauseabundo. El viaje duró algo mas de dos horas en las que apenas nos pudimos mover de aquel descansillo. Muy poco a poco el vagón se iba vaciando de gente, pero había tal acumulación que no pudimos ni entrar físicamente en el vagón. Fue una pena, ya que habíamos leído que aquel trayecto era uno de los viajes en tren mas bonitos del país. Al menos conocimos a un chico sueco muy divertido que viajaba solo y por libre, que nos fuimos encontrando en varios lugares a lo largo de nuestro viaje por Sri Lanka.
Vagón atestado de gente |
Llegamos algo antes de las 13 h a la estación de tren de Galle. Regateamos con un tuk-tuk (200 rupias) para que nos llevara a nuestro alojamiento dentro del casco histórico, la Beatrice House. Es una guesthouse emplazada en una gran casa de estilo colonial holandés en el corazón del casco histórico. Sus espacios comunes eran muy auténticos, lleno de antigüedades y con un patio interior ajardinado muy tranquilo. La habitación era algo básica y su limpieza dejaba bastante que desear. Por el contrario, el desayuno estaba muy bien, abundante y variado, lleno de especialidades locales (como los hoppers), arroz y fruta. El precio era algo caro para ser Sri Lanka, 44 USD (unos 42 €), pero pagamos mas por el hecho de estar dentro del casco histórico de Galle (los hoteles cercanos tenían un precio similar). Pero sin duda lo recomendaríamos.
Nuestra habitación en la guesthouse (izq.), y sus instalaciones comunes (dcha.) |
El puerto de Galle era muy conocido desde hacía muchos siglos por las principales naciones comerciales asiáticas. Pero no fue hasta el siglo XVI que llegaron en masa los primeros occidentales, en este caso los portugueses. Para defenderse de los beligerantes reinos ceilandeses de aquella época y proteger su preciado puerto, los portugueses construyeron una pequeña fortaleza, con lo que Galle ganó mas importancia comercial. Eso atrajo el interés de los holandeses a través de la Compañía de las Indias Orientales, que en el siglo XVII conquistaron la ciudad y expulsaron a los lusos. Los holandeses ampliaron la fortaleza con gruesos muros, baluartes inexpugnables y fosos defensivos. Un siglo después, los holandeses cedieron toda la isla de Ceilán (el antiguo nombre de Sri Lanka) a los británicos, a cambio de protección frente a la Francia de Napoleón. Con este cambio de manos la suerte de Galle iba a cambiar a peor, ya que los británicos le dieron prioridad al puerto de Colombo, con lo que la ciudad fue languideciendo. Aun así, el rico patrimonio histórico holandés y británico ha logrado sobrevivir hasta nuestros días, razón por la que fue inscrito en el Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Al empezar a visitar Galle ya nos dimos cuenta que aquella ciudad era muy diferente a lo poco que habíamos visto de Sri Lanka. Los edificios de estilo colonial estaban muy bien restaurados y por las calles apenas circulaban vehículos, lo que convertía el casco urbano en un lugar ideal para pasear. Enseguida nos acercamos a las murallas de la antigua fortaleza que construyeron los holandeses, eran formidables. Protegían completamente la ciudad, tanto desde tierra como desde el mar (Galle se alza en el extremo de una pequeña península). Recorrimos la muralla hasta el extremo norte de Galle, donde se sitúa la torre del reloj y la puerta principal. Desde lo alto de sus baluartes pudimos apreciar mejor el enorme sistema defensivo de la antigua ciudad. Era realmente increíble, y lo bueno es que estaba muy bien conservado.
Algunas bonitas casas de estilo colonial |
Murallas de la antigua fortaleza holandesa |
Detalle de las diferentes murallas exteriores de Galle |
Después nos internamos por dentro del casco histórico, lleno de encantadoras casas coloniales y tranquilas calles. Donde mas se manifiesta el legado colonial es en sus dos principales iglesias. La mas encantadora es la Iglesia Reformada Holandesa, al verla se nos hacía difícil pensar que estábamos en Asia y no en un pueblo holandés cualquiera. Cerca está la Iglesia Anglicana, alzada después de la ocupación británica. Precisamente cerca de estas iglesias encontramos un símbolo de los dos periodos coloniales. Fue en la antigua puerta, donde hay el escudo de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en un lado de la puerta y el de la corona británica en el otro.
Casco histórico de Galle |
Iglesia Reformada Holandesa (izq.) e Iglesia Anglicana (dcha.) |
Antigua puerta, con el escudo de las Indias Orientales Holandesas (izq.) y de la Corona Británica (dcha.) |
El calor era bastante fuerte, así que aquel día nos alimentamos a base de helados, ¡eran muy baratos! Seguimos paseando sin rumbo durante un buen rato por Galle, la mejor forma de descubrir la ciudad lejos de las murallas. Pasamos al lado del Hospital Holandés, un enorme edificio aporticado del siglo XVII actualmente lleno de bares y tiendas exclusivas. Encontramos una mansión histórica holandesa que se ofrecía como “free museum”; entramos a dar un vistazo a sus instalaciones y a las antigüedades que se vendían, que formaban parte del legado de un rico coleccionista. Tras abandonar la casa, seguimos paseando hasta el extremo sur de Galle. En él hay un bonito faro y la única playa de la zona, donde se agolpaba un montón de gente local tomando un baño. No era el sitio mas idílico para bañarse, ya que a pocos metros de la playa se acumulaban montones de desechos que el mar arrastraba. Muy cerca está la Flag Rock, un antiguo baluarte portugués desde el que hay unas bonitas vistas de Galle.
Hospital Holandés (izq.) |
Faro de Galle |
Vistas desde la Flag Rock |
En unas tres horas dimos por concluida la visita a Galle. No es muy grande y se visita bien a pie, pero nosotros estábamos cansados por el calor y por el cansancio acumulado. La visita nos gustó e interesó mucho, es un lugar único y muy diferente al resto del país. Precisamente esa diferencia la notamos mas una vez que empezamos a conocer el país en profundidad. Eso sí, no es un sitio muy espectacular ni hay imponentes monumentos aparte de las murallas. De todas formas, su gran singularidad lo convierte en una visita muy recomendable en cualquier viaje a Sri Lanka.
Volvimos a la guesthouse para hacer una merecida siesta y una necesaria ducha. Después de descansar en la habitación, salimos a hacer una cena temprana. A lo largo de nuestro viaje notamos que no suele haber muchos restaurantes por el país, parece ser que no hay tradición entre los locales de salir a cenar. Pero en el centro de Galle había unos cuantos, debido a que es un lugar muy popular entre los turistas. Acabamos en uno cercano a nuestro alojamiento, el Lucky Café. Nos atrajo mucho la especialidad del restaurante, un plato con 10 currys diferentes para dos personas (por 950 rupias, unos 6 €). La idea era ir mezclando cada curry con arroz. El plato nos gustó, aunque hay que decir que realmente no eran 10 currys, ya que entre ellos había cebolla frita, remolacha o verdura. El mas bueno sin duda era el de pollo, el mas típico. Temimos que los currys fueran muy picantes, pero finalmente fueron todo lo contrario, hasta el punto que algunos eran un poco insípidos. Aún así, disfrutamos de la cena y no dudaríamos en recomendar el sitio. Junto con una cerveza y un zumo de lima, nos costó 1800 rupias.
Nuestra cena en el Lucky Café |
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