CHINA 1: Pekín I, Templo de los Lamas y de Confucio y Hutongs de Nanluoguxiang

6 y 7 septiembre de 2015 Tras un primer día de viaje, llegamos a Pekín a primera hora de la mañana del día siguiente. El resto de la jornada nos la tomamos con tranquilidad, y visitamos el Templo de los Lamas y el de Confucio, los hutongs de Nanluoguxiang y acabamos cenando en la Calle de los Fantasmas. Nuestra aventura empezó a las 11:25 de la mañana, hora a la que salía el vuelo de Air China con destino a Pekín. El avión de la compañía china era bastante cómodo, con pantallas multimedia en todos los asientos. Nada mas despegar nos sirvieron la comida (pollo con arroz, ensalada y pastel chocolate), bastante correcta. El vuelo tenía una parada en Viena, algo que al principio no sabíamos en que consistía.
6 y 7 septiembre de 2015
Tras un primer día de viaje, llegamos a Pekín a primera hora de la mañana del día siguiente. El resto de la jornada nos la tomamos con tranquilidad, y visitamos el Templo de los Lamas y el de Confucio, los hutongs de Nanluoguxiang y acabamos cenando en la Calle de los Fantasmas.
Nuestra aventura empezó a las 11:25 de la mañana, hora a la que salía el vuelo de Air China con destino a Pekín. El avión de la compañía china era bastante cómodo, con pantallas multimedia en todos los asientos. Nada mas despegar nos sirvieron la comida (pollo con arroz, ensalada y pastel chocolate), bastante correcta. El vuelo tenía una parada en Viena, algo que al principio no sabíamos en que consistía. ¿Sería una escala, tendríamos que permanecer en el avión? Nada de eso. La gente que continuaba el viaje hacia Pekín fue dirigida hacia una sala de espera como la de las terminales donde estuvimos cerca de una hora, tras lo cual volvimos a subir al avión, junto a nuevos pasajeros. El resto del vuelo, el mas largo, transcurrió de la forma tediosa y aburrida que caracteriza estos viajes. Después de servir la cena, apagaron las luces de la cabina e intentamos dormir, cosa que conseguimos a duras penas. Nos despertaron unas 5 horas después para darnos el desayuno, Neus se animó a pedir el desayuno chino (sopa espesa de pollo y otras cosas no identificadas) y apenas probó bocado, todo le pareció muy raro y además tampoco tenía mucha hambre.
Llegamos a Pekín a las 6:15 de la mañana del día siguiente, tras 12 horas y media de vuelo en total (contando con la parada). Bajamos del avión medio atontados por la falta de sueño y superamos la hora de cola de inmigración. ¡Ya estábamos formalmente en China! Aun estando en un lugar tan corriente como un aeropuerto, nos dimos cuenta que allí todo era a lo grande. Tanto que tuvimos que coger un tren (gratuito) para ir a las cintas de recogida de equipaje. No tuvimos que esperar mucho para ver aparecer nuestras mochilas por las cintas. Uno de los primeros problemas logísticos cuando se llega a un país extranjero ya lo llevábamos solucionado de casa: el tema de la moneda. Una compañera de trabajo de Neus le había dado unos yuans que le habían sobrado de un viaje reciente a China. No eran muchos, alrededor de 300 yuans (unos 42 €), pero nos vinieron de perlas ya que a esas horas las oficinas de cambio todavía no habían abierto y no hubiéramos podido cambiar el dinero que llevábamos encima. Eso sí, nos fijamos en el mal cambio que daban, 6,49 yuans por euro, cuando el cambio oficial estaba en 7,20. Moraleja: al llegar al aeropuerto de Pekín, solo hay que cambiar lo mínimo para poder llegar a la ciudad, donde los bancos te dan un cambio mucho mejor.
Desde Barcelona llevábamos nuestros visados en regla
Para ir del aeropuerto de Pekín a la ciudad en transporte público hay un par de opciones. El tren Airport Express nos pareció la mas sencilla y rápida, aunque también hay varias líneas de buses que van a distintos puntos de la ciudad; es una opción mas barata que el tren, pero nos pareció mas complicada para alguien como nosotros que acababa de aterrizar en China con un importante déficit de sueño. El tren nos costó 25 yuans (3,50 €) y tardamos una media hora en llegar a nuestro destino, la estación de metro de Dongzhimen. Allí compramos la IC Card, una práctica tarjeta recargable para usar en el transporte público de la ciudad. La tarjeta tiene un depósito de 20 yuans (que se devuelven al retornarla), al que le sumamos 30 yuans de recarga. El precio del viaje en metro es el mismo con la tarjeta que con un billete sencillo, y se paga en función de lo largo que sea el trayecto que se haga (normalmente menos de 5 yuans). Sí que hay un descuento importante (del 60 %) si se usa el bus, pero no tuvimos mucha oportunidad de aprovecharlo durante nuestra estancia en la ciudad (solo cuando fuimos a Mutianyu a la Gran Muralla China).
El metro de Pekín nos pareció fenomenal, muy limpio, puntual, fácil de usar, práctico... Parece ser que fue muy mejorado a raíz de las olimpiadas del 2008. Lo único engorroso son los controles de equipaje por rayos X que hacen en todas las estaciones. En poco tiempo llegamos a nuestro destino, la estación de Zhangzizhonglu (cuyo nombre no logramos aprendernos durante aquellos días...:P). A poca distancia de la estación estaba nuestra base en la capital china, el Dragon King Hostel. Es un hostel grande y bastante completo, que ofrece muchos de los tours mas populares de la ciudad. La habitación era amplia y limpia, con decoración minimalista, e incluía un baño con ducha (como en muchos hostales chinos, ésta no estaba separada físicamente del resto del baño). No estaba incluido el desayuno como en otros alojamientos de China. Nos costó 252 yuans por noche (35 €), algo caro para ser China, pero dormir en la capital es mas caro y además pagamos un poco mas para estar mas o menos céntricos y cerca de una parada de metro.
Nuestra habitación
En realidad la habitación no la llegamos a ver hasta unas horas después, ya que eran las 9 de la mañana y todavía no se podía hacer el check-in. Antes de empezar la jornada turística nos acercamos a la cercana calle Dongsi Bei a cambiar dinero en un banco (Bank of Beijing). Allí nos dieron un cambio de 6,90 yuans por euro, que estaba por debajo del cambio oficial (7,2) pero que era mucho mejor que el del aeropuerto (6,49). Hay que avisar que en el banco se miran los billetes de euro con lupa, y rechazan los que tengan algún mínimo desperfecto, como una pequeña rasgadura o algo así. De forma que conviene revisar los billetes que se quieran cambiar antes de salir hacia China.
Después de comer unos bocadillos que llevábamos de casa, nos pusimos en marcha. Eran las 10 de la mañana y el plan era ir a visitar un par de templos situados a dos paradas de metro de allí, para después volver al alojamiento a hacer el check-in y una pequeña siesta si nos acechaba el jet-lag. El primero de ellos fue el Templo de los Lamas o Yonghehong (entrada 25 yuans, 3,5 €). Este templo budista tibetano, construido en el siglo XVII, es uno de los mas importantes fuera del Tíbet. Al entrar nos encontramos en un espacio amplio flanqueado por árboles y pequeñas pagodas. Hacia el norte se extendían varios templos, donde decenas de chinos rezaban mientras portaban barras de incienso, envolviendo todo el lugar de su olor característico. Aquí y allá pudimos ver inscripciones en un alfabeto extraño que no podía ser otro que el tibetano. Tanto la belleza del lugar como la espiritualidad que se respiraba nos encantaron.
Entrada del Templo de los Lamas
Fieles rezando frente a un templo
Gente rezando entre volutas de incienso
Templo de los Lamas
Dentro de los templos había varias estatuas de buda que la gente veneraba. Uno de los templos mas bonitos es el Falun Dian, con un gran buda sonriente en el interior y adornado con bonitos frescos con mitología budista. Como curiosidad, había una especie de trono vacío que en teoría es el asiento para el Dalai Lama, ahora en el exilio. En el último de los templos, el Wanfu Ge, había un buda todavía mas grande, que se dice que está hecho de madera de una sola pieza. Estuvimos mas de una hora en el Templo de los Lamas que nos gustó mucho. A lo largo de nuestra estancia en Pekín no encontramos otro lugar donde se respirara ese ambiente de espiritualidad, muy alejado de una atracción turística cualquiera.
Uno de los templos que albergaban budas
Buda sonriente del Falun Dian
Enorme buda del Wanfu Ge
A poca distancia a pie está otro de los templos importantes de la ciudad, el Templo de Confucio (entrada 30 yuans). Aunque se le llama “templo”, en realidad no lo es, es mas bien un lugar donde se rinde homenaje a Confucio, el filósofo que mas influyó sobre el pensamiento chino. Sus enseñanzas sobre el comportamiento moral, el gobierno del Estado y la conservación de las tradiciones chinas han sido un modelo durante los últimos 2.500 años. Se podría decir que fue un gran adelantado a su tiempo, ya que por ejemplo instauró un sistema de exámenes para acceder a los cargos más importantes dentro del Estado, una especie de oposiciones. Se consideraba un gran honor pasar esos exámenes, y en el templo se pueden ver las estelas de piedra con los nombres de las personas que lo conseguían.
Templo de Confucio, con la estatua del filósofo
Estelas antiguas con los nombres de los que aprobaban los exámenes
Interior de un templo, donde se exhibían algunos objetos antiguos
Justo al lado del templo está el Colegio Imperial, el lugar donde se enseñaban los clásicos confucianos a estudiantes y aspirantes a funcionarios. Al igual que el templo anterior, no había casi nadie por allí, aunque ambos sitios también están pensados como lugares de meditación y recogimiento. En general podemos decir que el Templo de Confucio puede no parecer gran cosa si se viene del Templo de los Lamas, mucho mas espectacular. Pero es un buen sitio para aprender algo sobre una figura tan importante para China como Confucio.
Puerta de entrada al Colegio Imperial
Colegio Imperial, edificio reservado al emperador y su corte
Al salir del templo estábamos muy cansados, pese a que solo eran la 1 del mediodía. Como estábamos cerca del hostal, volvimos a coger el metro y nos metimos en la cama para descansar y dormir un poco. Lo que tenía que ser una siesta de un par de horas se alargó un poco más y nos acabamos despertando sobre las 5. Poco después volvíamos a estar en marcha con las pilas cargadas (aunque no al 100%...). Fuimos hacia la zona de Nanluoguxiang, muy conocida por sus hutongs, callejones que conservan casas tradicionales de un par de siglos de antigüedad. Durante la época comunista, los hutongs eran vistos como un anacronismo y muchos fueron derruidos, pero en los últimos años se ha vuelto a apreciar su valor histórico y social y muchos se están rehabilitando. Al salir del metro de la estación homónima nos dio la sensación de estar en un pueblo, ante nosotros encontramos una agradable avenida peatonal y adoquinada rodeada de edificios de una sola planta. Toda la zona rebosaba de comercios y de gente paseando. Tanto la calle como los edificios se veían muy restaurados, con sus característicos tejados inclinados y sus ladrillos oscuros. Estuvimos un buen rato deambulando por su avenida principal, curioseando en las tiendas y mirando las extrañas brochetas que se vendían en algunos puestos callejeros.
Nanluoguxiang
La agradable avenida evoca un tranquilo pueblo chino
Varios comercios en Nanluoguxiang
De Nanluoguxiang parten una gran cantidad de hutongs perpendiculares. Algunos conductores de rickshaws se ofrecían para hacer un tour por ellos, pero nosotros decidimos descubrirlos por nuestra cuenta. A la que te alejabas de la avenida principal, cada vez había menos tiendas y vida. El ajetreo de la popular zona daba paso a un barrio residencial por el que no se veía ningún alma. Así que volvimos rápidamente a la avenida, en el momento que se empezaba a iluminar con las luces de la noche. Nanluoguxiang nos pareció una de las mejores zonas para pasear por la ciudad y ver hutongs.
Zona residencial en un hutong apartado
Hutong cercano a Nanluoguxiang
Cayó la noche y en Nanluoguxiang nos pareció que no había mucha oferta de restaurantes, casi todo eran puestos de brochetas, con las que no podríamos saciar nuestra hambre canina (llevábamos muchas horas sin comer). Así que cogimos el metro y nos fuimos a la Calle de los Fantasmas (Ghost Street o Gui Jie), famosa por sus farolillos rojos y sus restaurantes. La calle es todo un espectáculo de luces de colores y de carteles luminosos, parecía que estábamos en una especie de Las Vegas gastronómica. Prácticamente todos las tiendas eran grandes restaurantes, y nos dio la sensación que estaban dirigidos a un público con cierto poder adquisitivo (aunque no ricos). Toda la calle rebosaba de gente buscando restaurante para cenar y de relaciones públicas intentando vender las bondades de sus locales. Nos sorprendió ver que en algunos sitios había mucha gente esperando mesas y que curiosamente pasaban el tiempo en taburetes de plástico comiendo pipas (los restaurantes mas exitosos parecía que era los que tenían mas cáscaras de pipas en sus alrededores). Solo para ver el ambiente de aquella calle ya valió la pena ir hasta allí.
Restaurantes con decenas de personas esperando
Calle de los Fantasmas
Elegir restaurante para cenar nos pareció difícil precisamente por la gran cantidad de ellos que había. En muchos solo tenían la carta en chino, así que los descartamos automáticamente; si hubiéramos llevado mas tiempo en China nos hubiéramos atrevido con alguno de ellos, pero no nos queríamos arriesgar demasiado en nuestra primera cena. Al final nos quedamos en un sencillo local llamado Supreme Hotpot (208 Doncheng Qu), un establecimiento especializado en Shuan Yang Rou, una especie de fondue china típica del norte del país y de origen mongol. Consiste en un recipiente de cobre (parecido a una olla) que alberga agua o un caldo hirviendo donde los comensales cocinan carne de cordero y verduras. Nosotros pedimos una olla con dos compartimentos, uno con un caldo suave y otro con uno picante, que no nos esperábamos que lo fuera tanto. También pedimos un par de salsas muy ricas para acompañar, una de sésamo y la otra de soja. Nos recordó mucho al shabu-shabu que habíamos comido en Japón, y de hecho fueron emigrantes chinos quienes llevaron este plato al país nipón. En general la cena nos gustó, a pesar del picante. Junto con una cerveza Nanjing y una enorme jarra de limonada, la cena nos salió algo cara, 175 yuans (24,30 €).
Cenando en Supreme Hotpot
Shuang Yang Rou
Como nuestro alojamiento quedaba a solo una parada de metro, decidimos volver andando. Por el camino vimos unos lavabos públicos y decidimos probar “la experiencia”. En Pekín hay muchos de ellos, y por eso los restaurantes no suelen tenerlos. Este en concreto estaba bastante limpio, aunque no es lo corriente. Lo curioso fue que, en el de mujeres, la única separación entre las placas turcas eran unos tabiques bajos. Neus se sorprendió de ver al entrar a todas las mujeres en cuclillas, pero enseguida hizo como las demás.
Más adelante entramos en un 7-Eleven, los supermercados tan populares en Asia abiertos casi todo el día, para comprar algo de bollería para el desayuno del día siguiente. Nuestro primer día en China daba a su fin. Aunque habíamos dispuesto de casi todo el día para ver bastantes cosas, al final el cansancio del vuelo pudo con nosotros y vimos menos lugares de los que teníamos pensados. Aunque no nos importaba, ¡nos quedaban muchos días en Pekín!

2 comentarios:

  1. Muy interesante vuestro primer día!
    Ais los baños...eso a Jordi le costaría mucho jaja casi mas que a mi xD algún día lograré convencerle...peropor ahora volveremos al país nipón xD
    un saludo

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    Respuestas
    1. Pues en la cuestión de los baños públicos, los dos países no podían ser mas diferentes! XD

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