18 de junio de 2013
Ese día llegamos a Arequipa en el bus nocturno desde Nazca, y lo dedicamos por completo a visitar esta ciudad, una de las que tiene más encanto de Perú.
Ver Perú 7: Arequipa en un mapa más grande
La noche en el trayecto nocturno entre Nazca y Arequipa no nos fue igual de bien entre nosotros: mientras David durmió aceptablemente, Neus se mareó, vomitó un poco la cena y le costó bastante conciliar el sueño. La carretera estaba llena de curvas, ya que teníamos que ascender hasta los 2.350 m de altitud de Arequipa. El bus terminó su trayecto cerca de las 7 de la mañana en la terminal terrestre, la cual nos sorprendió por su orden y modernidad. Como está lejos del centro de la ciudad, cogimos un taxi por 6 soles para llegar hasta nuestro alojamiento, el hostal Portal la Merced. Pese a lo pronto que era, no tuvieron problema en darnos la habitación, la verdad es que agradecimos poder ducharnos y tumbarnos un rato en la cama. La habitación era muy espaciosa, con baño y desayuno incluido. El hostal está ubicado en una antigua mansión colonial, lo que le da un encanto extra; aún así, le faltaban unas cuantas reformas para acondicionarla, por ejemplo las ventanas no tenían cristales y por las maderas se colaba un aire gélido por la noche. Su ubicación era perfecta, a una cuadra al sur de la Plaza de Armas y las habitaciones daban a un patio interior, evitando el ruido del tráfico. El precio era bastante ajustado, 28 USD, así que lo recomendamos plenamente. Como teníamos el estómago vacío y nos daba palo salir a dar vueltas a buscar un sitio para desayunar, le pedimos al propietario si podíamos hacerlo allí pagando un tanto. Tampoco nos puso problema en eso, recargamos las pilas con un desayuno a base huevo frito, pan típico de Arequipa tostado, mantequilla y mermelada.
el patio interior en el hostal Portal la Merced
nuestra habitación
Eran cerca de las 10 cuando empezamos formalmente la visita por Arequipa, una bonita ciudad colmada de pequeñas casas coloniales que le dan el aspecto de un pintoresco pueblo. Empezamos por la Plaza de Armas, como siempre, el centro de la vida de la ciudad. Lo que más destacaba en ella era su doble arcada porticada que la rodeaba, que la hace una de las plazas que más nos gustaron de Perú.
Plaza de Armas, con la Catedral al fondo
Plaza de Armas
La Catedral de Arequipa ocupa todo un lateral de la Plaza de Armas. Se construyó en el siglo XVII, pero se ha tenido que reedificar tras diversos terremotos así que su aspecto es bastante moderno. Su interior es igualmente moderno, aunque no lo pudimos apreciar durante mucho tiempo: a los cinco minutos de entrar un empleado nos dijo que teníamos que abandonarla ya que tenían que hacer un acto allí que duraría varias horas.
Catedral de Arequipa
interior de la Catedral
callejón detrás de la Catedral
En un ángulo de la plaza encontramos la iglesia de los jesuitas, La Compañía, la más bonita e interesante de Arequipa. Como le pasó a la Catedral, también sufrió los numerosos terremotos que asolaron la ciudad, pero se consiguieron salvar algunos de sus tesoros, como el maravilloso altar mayor. Pero sin duda lo más impactante es la Capilla de San Ignacio, una pequeña sacristía profusamente decorada con pinturas. Se hallaban representadas todo tipo de flores y animales tropicales, en recuerdo de la labor que hacían los jesuitas en la selva. Nos sorprendió que una iglesia tan pequeña pudiera albergar tantos tesoros!
La Compañía
La Compañía, altar mayor
Capilla de San Ignacio
El centro histórico de Arequipa está salpicado de antiguas casas coloniales, construidas con una piedra volcánica blanca y porosa. Una de las más bonitas es la Casa Ricketts (o Tristán del Pozo), construida en el siglo XVIII y con un gran frontón típico de la arquitectura de esta época. Este tipo de frontón también se puede ver en la Casona Iriberry, otra mansión cercana del mismo tipo.
Casa Ricketts
Casona Iriberry
Aparte de los muchos monumentos que hay en Arequipa, la ciudad ya vale la pena simplemente para pasear por sus calles. Sus casitas bajas pintadas de colores nos hacían pensar que estábamos en un tranquilo pueblecito, si no fuera por el tráfico de algunas calles. Pero dar con remansos de tranquilidad es fácil en esta ciudad. Mientras paseábamos nos encontramos a Alba y Ruth en una agencia de viajes, y curiosamente estaban acompañadas de Jaume y Encarni. Las dos parejas con las que tuvimos más relación a lo largo del viaje se conocieron entre ellas! Estaban intentando negociar un tour hacia el valle del Colca para el día siguiente. Nosotros podíamos ir mas tranquilos, ya que lo teníamos reservado, solo teníamos que irlo a pagar a lo largo de ese día.
calles de Arequipa
Arequipa
casitas pintadas de colores
calles llenas de comercios
calle llena de taxis arequipeños
A continuación fuimos a visitar uno de los sitios más recomendables de Arequipa y de todo Perú, el monasterio de Santa Catalina. Se trata de un convento tan grande que dentro alberga una ciudad en miniatura, con calles, plazas y casas. Allí se convertían a monjas de clausura las mujeres más adineradas del reino. Pero no llevaban una vida nada austera: vivían en pequeñas casas con varias habitaciones, con cocina propia y varios sirvientes que les cocinaban, entretenían y atendían. Como muchas disponían de una pequeña capilla, ni siquiera se tenían que mezclar con otras monjas para rezar. Esta situación se acabó hacia el siglo XIX, cuando la nueva priora obligó a las monjas a hacer voto de pobreza y a prescindir de los criados.
monasterio de Santa Catalina
Empezamos la visita por el oratorio, donde las monjas podían intercambiar productos con el exterior y hablar con personas sin tener el mínimo contacto físico ni salir del recinto. Luego llegamos a uno de los mucho claustros que tiene el monasterio, a cada cual más bonito; el primero es el Patio del Silencio, ya que se accede por una arcada en la que hay pintada la palabra “silencio”. Al lado de este se abrían el Claustro de las Novicias y sobre todo, el Claustro de los Naranjos, el más famoso del monasterio. Sus paredes están pintadas de un característico color azul, y sus arcadas albergan interesantes oleos de temática religiosa.
Patio del Silencio
Claustro de los Naranjos
Claustro de los Naranjos
Desde el Claustro de los Naranjos accedimos a la calle Málaga, rodeada de casas de monjas. En muchas se podía entrar, y pudimos ver los dormitorios y las cocinas, donde dormían los sirvientes. Otras se habían acondicionado como museo, exhibiendo algunas de las antigüedades del convento. Del claustro también nace la calle Córdova, una de las más bonitas, con sus casas encaladas adornadas con geranios. Ésta se transforma en la calle Toledo, con sus casas pintadas de colores rojizos. Después vienen las calles Sevilla y Granada, con el mismo estilo de bonitas casas; parecía que estábamos en un pueblo alejado de todo.
calle Málaga
calle Córdova
interior de la casa de una monja
calle Sevilla
calle Toledo
Otro de los muchos rincones especiales es la plaza Zocodober, con una gran fuente en el centro. De un lado de la plaza sale una escalera hasta el mirador; la vista no era muy bonita, pero fue la primera ocasión que tuvimos para ver bien el Misti, el gran volcán que amenaza la ciudad, con el Chachani a su lado, otro volcán, de más de 6.000 m de altitud.
plaza Zocodober
vista desde el mirador, con el Misti (dcha.) y el Chachani (izq.)
La visita al monasterio de Santa Catalina nos gustó mucho, para nosotros es uno de los imprescindibles de Perú. Es muy grande y se tarda en verlo, nosotros le dedicamos más de dos horas. Hay que decir que existe la posibilidad de hacer una visita nocturna (los martes y jueves), en la que el monasterio está iluminado con faroles, debe tener su encanto.
Salimos del monasterio y nos dirigimos a la iglesia de San Francisco, que encontramos cerrada. Enfrente vimos que había una especie de panadería donde aprovechamos para comprar algo para comer: una empanada de queso, una salteña (una especie de empanada de patata y carne), un tamal y una Inka Kola, todo por 8 soles. Fuimos a comerlos a un parque que había al lado de la iglesia, había salido el sol y se estaba de fábula. Todo estaba rico, pero el tamal continuaba sin convencernos.
iglesia de San Francisco
Luego fuimos a la oficina de Giardino Tours para pagar el tour del Colca que teníamos reservado y que iniciaríamos al día siguiente. Al salir estuvimos deambulando por sus agradables calles en dirección sur hasta el Mercado de San Camilo. Visitar los mercados en Perú es siempre una buena idea, es curioso ver los productos que se venden y observar a la gente como hace sus compras del día. Nos sorprendió la gran cantidad de patatas diferentes que se vendían, con las más diversas formas. La zona más frecuentada por los turistas era la de las frutas, con unos expositores hasta los topes con las frutas más variadas. Aprovechamos para comprar mandarinas y unos alquequenjes la mar de buenos; aunque la vendedora nos timó un poco con el precio, sin pesar la fruta ni nada nos cobró 8 soles.
Mercado de San Camilo, con muchas variedades de patatas
Mercado de San Camilo, frutas
Dejamos el mercado y nos dirigimos al museo Santury, que alberga uno de los tesoros más preciados de la ciudad, la momia Juanita, “la princesa de hielo”. Juanita fue una niña inca sacrificada en honor a los dioses incas en la cima del volcán Ampato. Su momia estuvo oculta por el hielo durante cientos de años, pero una erupción volcánica la dejó al descubierto. Junto a la momia había todo tipo de objetos y de textiles en un estado óptimo de conservación. En el museo se muestran esos objetos, junto con la propia momia de Juanita.
La visita es guiada y éramos los únicos visitantes a aquella hora. Empezaron poniéndonos un video un poco largo pero interesante, sobre todo sobre el descubrimiento de Juanita. Después la guía nos explicó los diferentes objetos que habían encontrado junto con la momia: su gran calidad denotaba que Juanita era miembro de la nobleza, y que su sacrificio debía haber sido un gran honor para su familia. Había ornamentos hechos de materiales traídos de lugares lejanos, como conchas marinas y plumas de guacamayos tropicales. Lo que más nos sorprendió fueron las piezas de ropa que llevaba Juanita, no parecía que tuvieran más de 500 años. Lo último que vimos fue la propia momia, encerrada en una cámara de cristal congelada (costaba un poco de ver por el hielo). El museo nos encantó, lástima que no se pudieran hacer fotos. Era la primera vez que entrábamos en contacto con la cultura Inca y nos interesó mucho. La momia en si es lo de menos, lo más impresionantes son los objetos (todos originales) que se exponen.
Eran cerca de las 5 de la tarde y ya habíamos visto lo esencial del casco histórico de Arequipa. Decidimos coger un taxi por 6 soles e ir hacia el mirador de Yanahuara, un sitio con las mejores vistas de la ciudad y del Misti. La ciudad quedaba bajo nuestra perspectiva y no se veía mucho, pero la vista del Misti era muy bonita. A su derecha se levantaba otra cadena montañosa, coronada por el volcán Pichu Pichu. Al lado del mirador había otra maravilla, la pequeña iglesia de San Juan Bautista, cuya fachada es toda una obra de arte. La verdad es que valió la pena desplazarnos hasta este barrio.
mirador de Yanahuara
vista desde el mirador, con el Misti (izq.) y el Pichu Pichu (dcha.)
iglesia de San Juan Bautista
Ya empezaba a oscurecer pero era relativamente pronto, así que decidimos estirar las piernas mientras bajábamos caminando hacia el centro. Al lado del río Chili atravesamos el Malecón Bolognesi, que también tenía buenas vistas del Misti. Atravesamos el río por el puente Grau, que aquellas horas era un hervidero caótico de coches tocando el claxon. En unos pocos minutos más volvíamos a estar en la Plaza de Armas. Como era pronto nos metimos en uno de los bares que hay en las arcadas que flanquean la plaza. Aprovechamos para probar nuestro primer mate de coca, que nos pareció muy amargo. Esta bebida se hace imprescindible para los turistas en los lugares de más altitud, ya que ayuda a combatir los efectos del mal de altura.
nuestro primer mate de coca
Como estábamos al lado del hostal, nos fuimos a descansar un rato antes de la cena. Para cenar decidimos ir a una picantería, un tipo de restaurante donde sirven cocina tradicional peruana, y en concreto a Ary Quepay. Pedimos dos platos típicos, chupe de camarones (un caldo contundente con este crustáceo) y cuy chactao. Sí, sí, cuy, lo que aquí conocemos como conejillo de indias! En la región del altiplano es muy típico comer cuy, la gente los cría en sus propias casas y los come en celebraciones especiales. De las diferentes presentaciones del cuy asado, esta es un poco la más macabra, por que te traen todo el animalito frito, con cabeza y todo. Al principio daba un poco de grima, pero la carne es buena, aunque no muy sustanciosa, hay que entretenerse en ir rebañando la poca carne que tienen los huesos. La cena estuvo bien, aunque la sopa no era nada del otro mundo. Nos salió un poco más cara que lo habitual, 82 soles (unos 22 €).
nuestra cena: cuy chactao y chupe de camarones
cuy chactao
A mi suegra le da algo si ve el cuy xD ella tiene muchos de mascotas...pero si lo pensamos,no deja de ser como el conejo y aquí se come...
ResponderEliminarLa del conejo es una buena comparación: mucha gente también los tiene de mascota y bien que nos los comemos aquí. Aun así, no deja de ser un plato un poco para valientes (yo, David, reconozco que no lo soy...).
EliminarNos alojamos en el mismo sitio! Estaba genialmente hubicado... Nosotros no teníamos ninguna reserva y nos acercó un taxita que nos lo recomendó...
ResponderEliminarYo no soy mucho de Cuy. Allí lo probé pero prefiero algo con más carne...
Que casualidad! Pues mira que el hostal estaba un poco escondido... El letrero de la puerta no podia ser mas pequeño
EliminarYo (David) estoy totalmente de acuerdo contigo, seguro que no lo volvería a pedir...