MARRUECOS 3: Macizo del Atlas y Ait Ben Haddou

27 de abril de 2009 Ese día cogeríamos el coche de alquiler para empezar a hacer ruta hacia el desierto. En la primera etapa atravesaríamos la cadena montañosa del Atlas por el paso de Tizi n' Tichka, con unos paisajes impactantes, para hacer noche en la importante ciudad de Ouarzazate. Como teníamos mucho camino por delante, decidimos madrugar y salir pronto con las maletas a cuestas para ir a buscar el coche. Salimos de la Medina por la puerta de Bab Doukkala y por primera vez caminamos por Guéliz, la parte más moderna de la ciudad. Si no fuera por los colores ocres de los edificios o por los carromatos tirados por burros que a veces se veían, esta zona podía pasar por cualquier ciudad occidental: viviendas en forma de bloques, avenidas arboladas, verdes jardines... Después de caminar diez minutos, llegamos a la sede de la agencia de alquiler, Samicar, una compañía local que nos dejó un pequeño Hyundai Athos a buen precio.

27 de abril de 2009

Ese día cogeríamos el coche de alquiler para empezar a hacer ruta hacia el desierto. En la primera etapa atravesaríamos la cadena montañosa del Atlas por el paso de Tizi n' Tichka, con unos paisajes impactantes, para hacer noche en la importante ciudad de Ouarzazate.

Ver Marruecos 3: Marrakech - Ouarzazate en un mapa más grande

Como teníamos mucho camino por delante, decidimos madrugar y salir pronto con las maletas a cuestas para ir a buscar el coche. Salimos de la Medina por la puerta de Bab Doukkala y por primera vez caminamos por Guéliz, la parte más moderna de la ciudad. Si no fuera por los colores ocres de los edificios o por los carromatos tirados por burros que a veces se veían, esta zona podía pasar por cualquier ciudad occidental: viviendas en forma de bloques, avenidas arboladas, verdes jardines... Después de caminar diez minutos, llegamos a la sede de la agencia de alquiler, Samicar, una compañía local que nos dejó un pequeño Hyundai Athos a buen precio.

Salimos de Marrakech por la N9 en dirección al Atlas. En aquella zona las carreteras eran bastante buenas en general, aunque los conductores marroquíes nos parecieron unos suicidas al volante (sobre todo los taxis comunitarios). Antes de llegar a la montaña, la carretera discurría por valles repletos de olivos, entre los que se alzaban pequeñas colinas llenas de chumberas.

valle antes de subir al Atlas

Más adelante, la carretera empieza a subir. La N9 es una ruta muy usada por camiones de mercancías, por lo que era un poco engorroso cuando nos tocaba ir detrás de uno. A la que íbamos subiendo en altitud, el paisaje cambiaba: las laderas se cubrieron de encinares y de jarales, haciendo un paisaje muy bonito entre el verde de la vegetación y el color rojizo de la tierra. No nos esperábamos encontrar en Marruecos un paisaje tan boscoso! Más adelante las encinas fueron substituidas por alcornoques, robles y algunos pinos. Desde algunos miradores de la carrera a veces se veían pequeños pueblos, todos de casas bajas de adobe, una auténtica maravilla.

vertiente norte del Atlas

vertiente norte del Atlas

Era curioso que cuando nos parábamos en algún sitio para contemplar el paisaje, salía de la nada algún autóctono para ofrecernos las mercancías más comunes del Atlas, minerales o fósiles. Y sorprendía más por que aparecían andando tranquilamente, cuando el pueblo más próximo quedaba a decenas de kilómetros de distancia! A parte de los itinerantes, también había vendedores sedentarios. En este caso tenían un puesto precario al lado de la carretera y cuando nos veían a lo lejos, comenzaban a agitar las manos y a mostrar su mercancía. A veces incluso se metían en la carretera para que parásemos y comprásemos alguna piedra! Seguro que el marketing agresivo comenzó aquí... La verdad es que algunas de las piedras que vendían eran realmente bonitas, normalmente eran rocas con cristales de carbonato cálcico de colores. Parecían naturales y si nos llegan a explicar que las teñían no nos hubiéramos dado cuenta. Pero pensamos que ya compraríamos alguna piedra a la vuelta de nuestro viaje.

La carretera siguió subiendo hasta llegar a una especie de altiplano, donde la vegetación se limitaba a pastos alpinos. Un poco más lejos se divisaban las cumbres nevadas de los picos más altos del Atlas. En una de las paradas de esta zona nos volvió a "asaltar" otro comerciante de minerales bastante peculiar. A diferencia de otros, se ofreció a trocarnos sus mercancías por bolígrafos, aspirinas o ropa. Más adelante nos dimos cuenta que si ibas con un buen cargamento de aspirinas, los comerciantes se rendían a tus pies...

cerca de Tizi N'Tichka

cerca de Tizi N'Tichka

Pocos minutos después llegamos al collado de Tizi N'Tichka, que con 2.260 m de altitud es el punto más alto de la ruta. Aquí había una especie de área de descanso con aparcamientos y muchas tiendas de souvenirs y de minerales.

A partir de Tizi N'Tichka la carretera va descendiendo por la vertiente sahariana del Atlas. El paisaje no podía ser más radicalmente opuesto a la de la vertiente norte. Las laderas montañosas estaban prácticamente desnudas, sólo había pequeños matorrales dispersos, dando una sensación de enorme aridez. En pocos kilómetros habíamos pasado de los bosques de encinas y pastos de montaña a un semidesierto.

vertiente sahariana del Atlas

vertiente sahariana del Atlas

Tuvieron que pasar muchos kilómetros antes que viéramos algún rastro de actividad humana. En algunos valles se empezaron a ver algunos cultivos de regadío. De esta forma llegamos al primer pueblo de la vertiente sur del Atlas, Igherm N'Ougdal. Esta localidad está presidida por un formidable granero fortificado del siglo XVII. Al parar para contemplarlo enseguida se nos acercaron un par de chicos que se ofrecieron para enseñárnoslo. Como el resto de los habitantes de la zona, eran bereberes, algo que enseguida remarcaron cuando empezamos a hablar con ellos. Los bereberes tienen un gran sentimiento identitario, siempre se desmarcan de sus compatriotas árabes. Estos chicos fueron a buscar la llave del granero y nos lo mostraron por dentro, al mismo tiempo que nos explicaban como funcionaba: el granero contenía una serie de celdas donde cada familia de la zona guardaba su grano. También funcionaba como sitio de reunión y donde se debatían los problemas de la comunidad. Al salir del granero, le dieron la llave a una abuelilla que era la encargada de custodiarla, la cual se señalaba a si misma mientras nos decía "Gardien, gardien!" (en contra de lo habitual, su nivel de francés era rudimentario). Enseguida comprendimos y le dimos unos dirhams.

Igherm N'Ougdal

Igherm N'Ougdal, granero fortificado

Igherm N'Ougdal, interior del granero fortificado

Aprovechamos que estábamos en un sitio civilizado para comer. Justo al lado del granero había un pequeño bar en el que servían comidas. Como curiosidad, vendían cervezas, algo inusual al ser un país islámico. Y más raro aún fue que la cerveza era de fabricación marroquí! Se nos ocurrió pedir una, y al pagar nos dimos cuenta que el precio era desorbitado. Fue la primera y última vez que pedimos cerveza en Marruecos.

Volvimos a la carretera y seguimos bajando hasta Agouim. A partir de allí fuimos paralelos al río Imini, que forma un fértil valle donde se cultivan olivos y cereales. Había un gran contraste entre el verde valle y las colinas desérticas de color rojizo.

valle de Imini

Continuamos unos kilómetros hasta Tabouraht, donde nos desviamos para visitar el Ksar o ciudad fortificada de Aït-Ben-Haddou, declarada Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. El Ksar (alcázar) fue construido probablemente en el siglo XI en un punto estratégico en las rutas de caravanas. Tras las murallas, se conservan un grupo de rojizas kasbahs del siglo XVIII diseminadas en una colina.

Aït-Ben-Haddou

Aparcamos el coche y nos dirigimos hacia el Ksar. El camino estaba minado de puestos de souvenirs donde los comerciantes hacían gala de una gran variedad de tretas para que te acercaras a su puesto. El Ksar estaba al otro lado del río Ounila, y para cruzarlo no había ningún puente. En su lugar, emergiendo del lecho del río habían colocado unas filas de sacos con arena, para que fueras pasando de uno a otro hasta vadearlo. Unos críos se ofrecían (interesadamente, claro está) a ayudarte desde el agua, debía estar congelada en esa época! Después de traspasar las murallas por las inmensas puertas, fuimos paseando para ver las kasbahs. Mientras que algunas ofrecían un aspecto ruinoso, al borde del derrumbe, otras se estaban rehabilitando y parecían recién construidas. Aun así el conjunto de las kasbahs era mágico.

Aït-Ben-Haddou

Aït-Ben-Haddou

Aït-Ben-Haddou

Fuimos subiendo colina arriba, en cuya cima hay los restos de una antigua fortaleza judía. Allí se divisaba una gran panorámica del Ksar y de toda la zona: hacia el sur y el oeste, se veían las kasbahs y la ciudad nueva de Aït-Ben-Haddou separadas por el río Ounila. Hacia el norte la vista era magnífica sobre el fértil valle de Ounila, y al este se extendía el árido desierto.

panorámica desde la colina de Aït-Ben-Haddou

vista sur-oeste de Aït-Ben-Haddou

vista norte de Aït-Ben-Haddou

vista este de Aït-Ben-Haddou

Después de la visita a Aït-Ben-Haddou dimos por acabada la jornada turística. Decidimos acercarnos a Ouarzazate en busca de algún alojamiento económico. En pleno centro había algunos realmente baratos, y al final elegimos el Hotel Atlas (13 Rue du Marché). El establecimiento era bastante cutre, pero por menos de 15 € no podíamos pedir mas. Nuestra habitación doble no tenía ventanas, y el lavabo no tenía separación entre la zona de la ducha y la pica, con lo que se nos inundó entero al ducharnos.

Después de instalarnos salimos a dar una vuelta para cenar. Las calles de Ouarzazate se veían muy animadas, sobre todo la plaza Al-Mouahidine y la calle peatonal Marché. Para la cena de esa noche volvimos al menú occidental, y elegimos una pizzería de la Avenue Mohammed V.


0 comentarios:

Publicar un comentario