SRI LANKA 16: Polonnaruwa y Aukana

4 de enero de 2017 Esta jornada visitamos uno de los yacimientos arqueológicos mas interesantes y espectaculares del país, el de Polonnaruwa, llena de fascinantes templos y de bellas esculturas. Al mediodía nos acercamos a ver el impresionante Buda de Aukana. Y a la tarde llegamos a Anurhadapura, donde nos despedimos del conductor que nos había transportado durante los anteriores tres días. Aquel día no madrugamos demasiado, la cama era dura y nos había costado descansar bien. El desayuno de la guesthouse era básico pero suficiente para cargar las pilas de buena mañana. Enseguida vino a buscarnos nuestro conductor, Batia, para llevarnos a visitar las
4 de enero de 2017
Esta jornada visitamos uno de los yacimientos arqueológicos mas interesantes y espectaculares del país, el de Polonnaruwa, llena de fascinantes templos y de bellas esculturas. Al mediodía nos acercamos a ver el impresionante Buda de Aukana. Y a la tarde llegamos a Anurhadapura, donde nos despedimos del conductor que nos había transportado durante los anteriores tres días.
Aquel día no madrugamos demasiado, la cama era dura y nos había costado descansar bien. El desayuno de la guesthouse era básico pero suficiente para cargar las pilas de buena mañana. Enseguida vino a buscarnos nuestro conductor, Batia, para llevarnos a visitar las ruinas de Polonnaruwa. Esta fue una ciudad importante durante el medievo cingalés, pero siempre estaba un peldaño por debajo de Anuradhapura, la gran capital del reino. La cosa cambió en el siglo X, cuando la isla sufrió la invasión de los Cholas, una dinastía del sur de la India. Llegaron a conquistar la mitad de la isla y establecieron su capital en Polonnaruwa. Tiempo después los cingaleses recuperaron todos los territorios de su isla, y decidieron mantener su capitalidad, con lo que la ciudad empezó su periodo de esplendor. Se construyeron fabulosos palacios y templos, y precisamente en uno de ellos se custodió el Diente de Buda, la reliquia mas valiosa para los cingaleses (todavía hoy en día lo es). Pero en el siglo XIII las monarquías indias volverían a las andadas y conquistaron una notable proporción del norte de la isla. Los reyes cingaleses, temerosos de los indios, decidieron trasladar la capital al interior del país, en Kandy (donde hoy en día se puede ver el Diente de Buda). De esta forma, Polonnaruwa fue languideciendo hasta quedar definitivamente abandonada. Quizás por eso sus construcciones han podido perdurar hasta la actualidad, y su importancia le ha valido el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Pese a que la ciudad nueva de Polonnaruwa está situada a un par de quilómetros de las ruinas, Batia se volvió a perder. Tras tres días con él empezábamos a estar un poco cansados de su incompetencia. Finalmente llegamos a la entrada, donde están las taquillas y te clavan 1760 rupias por entrada (11 €). Allí hay un museo pequeño pero interesante sobre la historia del lugar. El recinto de las ruinas está atravesado por una carretera donde se puede circular con vehículos, así que Batia nos acercó. Quedamos con él que nos esperara en el extremo de las ruinas, para irlas visitando a pie. Lo que no sabíamos (y pensamos que tenía que haber sabido Batia) era que aquello era una especie de safari arqueológico, estaba diseñado para que fueras parando con tu vehículo en cada grupo de edificios, ya que la distancia entre ellos a veces era grande. De hecho, éramos los únicos turistas que íbamos a pie, el resto iban parando con sus coches o tuktuks o iban en bici.
Empezamos la visita por el grupo de edificios que queda mas al sur, protegidos por los gruesos muros de una ciudadela. Allí encontramos el Palacio Real, sede de la realeza cingalesa durante varios siglos. El edificio estaba bastante desmoronado, pero sus grandes dimensiones y el espesor de sus muros nos dieron una buena idea de lo colosal que debió ser en su tiempo. Al lado estaba la Sala de Audiencias, uno de los edificios mas interesantes y bellos de la zona. Sus laterales estaban cubiertos de bonitos relieves de elefantes y se accedía a él por una escalera monumental muy decorada. Polonnaruwa nos empezaba a gustar, y eso que no habíamos visto lo mejor.
Ruinas del Palacio Real
Escalera de acceso de la Sala de Audiencias
Sala de Audiencias
Un poco mas al norte encontramos el Cuadrángulo, un pequeño espacio donde se concentran una gran cantidad de maravillas arquitectónicas. Al entrar en él nos quedamos cautivados, todos los edificios que había parecían maravillosos y no sabíamos por cual empezar. Al final nos decidimos por el Thuparama Gegide, uno de los templos budistas mejor conservados del complejo. La fachada estaba llena de detalles geométricos, y el interior guardaba unas fascinantes estatuas de Buda. Uno de nuestros preferidos fue Vadatage, una casa de reliquias de planta circular. Aquí vimos una fantástica Piedra de la Luna (sandakada pahana), una losa de piedra semicircular que se ponía en la entrada de los templos budistas cingaleses. Estaba decorada con todo tipo de relieves de animales, y nos pareció sencillamente espectacular. El resto del Vadatage también tenía bonitos relieves, así que era uno de los sitios preferidos de los turistas. Justo enfrente está el Hadatage, otro templo con bonitos relieves. Hay algunos edificios mas, pero del resto lo que nos pareció mas curioso fue Gal Pota, una antigua inscripción en una larga piedra de casi 10 m (de hecho, es la mas larga de su tipo). Los edificios del Cuadrilátero tienen lo mejor de Polonnaruwa, y es uno de los motivos que hacen este lugar uno de los imprescindibles de Sri Lanka.
Diversos edificios del Cuadrilátero: Hatadage (arriba), Thuparama Gegide (abajo izq.) y Vatadage (abajo dcha.)
Inscripciones de Gal Pota
Entrada del Hatadage
Piedra de la Luna del Vatadage
Entrada del Vatadage
Un poco mas al norte encontramos un grupo desperdigado de edificios, el mas importante de los cuales era el Rankot Vihara, la dagoba mas grande del yacimiento y una de las mayores del país. ¡Era sencillamente colosal! Pero la estrella de la zona era el complejo del Lankatilaka. Es un templo de altísimos muros que alberga una espectacular estatua de Buda. Aunque todo se veía bastante hecho polvo, estar justo enfrente del buda rodeado de aquellos muros producía una sensación muy auténtica. En el complejo de este templo también está el Kiri Vihara, la segunda dagoba mas grande de la ciudad y la única que no había sido restaurada. Nos impresionó que aquella estructura hubiera aguantado intacta casi 900 años (solo la habían pintado de blanco recientemente).
Dagoba del Rankot Vihara
Buda del Lankatilaka y Kiri Vihara (abajo dcha.)
Si pensábamos que ya lo habíamos visto todo en Polonnaruwa, todavía quedaba la guinda del pastel. Y se llama Gal Vihara. Es un grupo de 4 grandes estatuas budistas talladas del mismo bloque de granito. La mas grande era un buda reclinado de 14 m, en la que se apreciaba perfectamente las vetas oscuras del granito. Pero la mejor escultura era la de un buda sentado: su cara transmitía a la perfección una calma absoluta y una gran pureza espiritual. Era imposible mirar hacia otro lado, sus facciones hacían que te olvidaras de todo. Es una de esas cosas que es imposible transmitir con palabras, o sentir lo mismo mirando una foto. Sencillamente, no hay un sitio igual en todo Sri Lanka. Al final estuvimos 4 horas visitando las ruinas bajo un sol de justicia. Para los amantes de la arqueología y de la historia, Polonnaruwa es uno de los mejores lugares de Sri Lanka y todo un imprescindible.
Budas esculpidos de Gal Vihara
Buda sentado de Gal Vihara
Buda reclinado
Al final llegamos al parking situado al norte de las ruinas, donde habíamos quedado con nuestro conductor. No solo no lo encontramos allí, sino que no nos extrañó no encontrarlo, empezábamos a perder la paciencia con él. Afortunadamente, el día anterior nos había dado su número de móvil. Para que no nos saliera por un dineral la llamada, le pedimos a un señor que le llamara para contarle que estábamos esperándolo. No sabemos porque razón había decidido por su cuenta esperarnos fuera del recinto de las ruinas, así que tardó un rato en llegar. Al llegar ni siquiera salió de su boca un intento de disculpa. Al contarle que las ruinas se podían visitar en coche, él todavía lo negó con todo el morro, aunque lo vimos con nuestros propios ojos. Era una persona incapaz de hacer una mínima autocrítica y de decir que no sabía algo o que lo podía haber hecho mejor. Ya contábamos las horas para llegar por la tarde a Anuradhapura y perderle de vista.
Pero todavía teníamos una visita mas, la del Buda de Aukana. Y, como no, Batia volvió a perderse. En su defensa hay que decir que era un sitio difícil de llegar, y había que desviarse por algunas carreteras secundarias. Pero él había tenido las 4 horas de nuestra visita a Polonnaruwa para averiguarlo, cosa que evidentemente no hizo. Prácticamente en cada intersección tenía que parar para preguntar a los transeúntes de turno, los cuales no siempre sabían la ubicación de un lugar tan concreto. Al final nos hartamos y le tuvimos que guiar nosotros con el gps del móvil. Finalmente llegamos tras un par de horas de viaje. La estatua se encuentra dentro del recinto de un monasterio budista activo, y hay que pagar una entrada de 1000 rupias para entrar (unos 6 €). El Buda de Aukana se esculpió en el siglo V, directamente en una gran roca. Al aproximarnos a él fue inevitable sentirnos pequeños. El Buda estaba fantásticamente conservado y se podían apreciar una gran cantidad de detalles, desde los pliegues de la ropa hasta su enigmática expresión. Aun así, tardamos mucho en llegar hasta allí, así que para la gente que vaya justa de tiempo quizás no le vale la pena.
Buda de Aukana
Buda de Aukana
Nos hicimos nuevamente a la carretera y fuimos hasta Anuradhapura, otro de los yacimientos antiguos del centro del país que visitaríamos al día siguiente y una populosa ciudad. Encontramos fácilmente nuestro alojamiento, el City Resort. Allí nos despedimos de Batia, nuestro conductor durante tres días, cuyos servicios jamás recomendaríamos. El alojamiento no tenía nada de “resort”, solo el nombre. Era un hotel grande, de un par de plantas, algo atípico en Sri Lanka, donde abundan las guesthouses de pocas habitaciones. Nuestra habitación era muy amplia, pero sin lujos, solo con lo básico. Como curiosidad, el aire acondicionado estaba puesto cuando nos enseñaron la habitación, pero nos dijeron que para usarlo teníamos que pagar un extra, ya que nosotros habíamos reservado la opción mas barata (en Sri Lanka, hay una gran diferencia de precio entre las habitaciones que tienen aire acondicionado y las que no). El desayuno estaba incluido y era algo básico, consistía en una tortilla, tostadas, mantequilla y fruta, suficiente para llenar el estómago de buena mañana. Una cosa buena del alojamiento era que alquilaba bicis, la mejor forma de visitar Anuradhapura. El precio era de 24 USD por noche, algo mas caro de la media del país, pero en aquella ciudad los precios eran mas altos.
Después de ducharnos y de asearnos un poco, salimos a solucionar temas logísticos. Queríamos comprar los billetes del tren a Colombo para dentro de dos días. Después de los problemas que habíamos tenido en las montañas para encontrar billete queríamos comprarlos cuanto antes. A malas sabíamos que había un bus que tardaba un poco mas, así que no nos íbamos a quedar en tierra. Cogimos un tuktuk (350 rupias ida y vuelta) hacia la estación principal de Anuradhapura, que a esas horas estaba bastante desierta. Por suerte, las taquillas estaban abiertas, cosa no muy usual en Sri Lanka, ya que muchas veces solo abren momentos antes de que pase el tren. No había billetes para el tren de las 16 h, que era el horario que mejor nos iba, pero afortunadamente sí para el de las 13 h (700 rupias por cabeza, unos 4 €). Volvimos con el mismo tuktuk a la zona del hotel y buscamos un sitio para cenar. Encontramos algunos restaurantes sencillos cerca de la estación de buses de la Ciudad Nueva. Nos quedamos en el Chamy Restaurant, que tenía la ventaja que exhibía su comida en expositores, así que era mas fácil elegir. Pedimos pollo asado (muy sabroso y bueno) y un rotti de verduras (muy picante). Como el sitio era rústico, no había cubiertos para comer, solo cucharas para las sopas; por suerte, había un grifo para lavarte las manos después. Junto con una botella de agua grande, la cena nos salió por 980 rupias (unos 6 €). Después nos fuimos rápido a dormir; el día siguiente lo íbamos a pasar visitando la última de las ciudades antiguas, la misma Anuradhapura.
Nuestra cena

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